Skip to main content

Enfado y violencia

Si en el capítulo anterior hablábamos de la cara saludable del enfado, la asertividad, también tenemos que hablar de la peor de sus caras: la violencia.

La violencia ha sido y sigue siendo uno de los mayores problemas de la humanidad. Guerras, asesinatos, robos, agresiones, insultos, y un largo etcétera. Ninguna de estas es deseable ni para el individuo ni para la sociedad en general.

Asique a lo largo de los siglos hemos hecho un gran hincapié en tratar de contenerla y apostar por otras maneras de vivir, centrados en la convivencia y en el diálogo. Y desde luego comparto ese noble objetivo y aún nos queda mucho más por trabajar pues seguimos viviendo bajo la amenaza de la violencia.

Durante todos esos siglos, los seres humanos hemos tratado de regular la violencia con leyes, religión e incluso con más violencia. Durante este tiempo, tanto la historia como la psicología ha demostrado que simplemente castigar y señalar al agresor no es suficiente.

Las leyes, aunque nos protegen, no han erradicado la violencia. Las religiones también se han sumado a esta contención, y la mayoría señala la violencia como algo negativo. La religión católica, mayoritaria en nuestro país, lo señala como un pecado.

Tampoco esto ha servido para erradicar la violencia. El uso de la violencia para detener la violencia, el famoso si Vis pacem para bellum, tampoco ha impedido que la violencia continue. Si acaso, la violencia como respuesta alimenta el odio y perpetua el ciclo de las agresiones.

Opino que son mucho más importantes las intervenciones de todas las personas que intentan ayudar en vez de juzgar o condenar.

Los profesionales que se esfuerzan por la integración social, los terapeutas que intentan ayudar a los agresores, y todas aquellas personas que luchan por sus ideales de manera no violenta, desde Gandhi hasta Extintion Rebellion. Integrar en vez de rechazar. Reparar en vez de seguir rompiendo. Aceptar en vez de condenar.

La violencia no es algo que le ocurra “a los demás”. Nos ocurre a todos, a ti y a mí también. Es la sombra debajo del enfado. Cuanto más pretendemos evitar llegar a enfadarnos, cuanto menos acostumbrados estamos a dialogar y aceptar esa parte de nosotros mismos, más probable es que ese enfado crezca, se descontrole y acabe en la ira y la violencia.

No hay nada malo en sí mismo en el enfado. Sentirnos enfadados no hace que tengamos que estallar de forma violenta. Cuanto más lo rechazamos y tratamos de controlarlo, peor el resultado, tanto a nivel social como en nuestro interior.

Necesitamos el enfado como una parte de nosotros mismos. Nos protege y puede proteger a los demás. Cuando podemos aceptarlo como parte de nosotros mismos, darle un espacio en nuestro interior y ponerle palabras, empieza a hacerse más manejable. Puede salir de una manera más adecuada. Surge como asertividad.

Uno de los miedos con el enfado es hacer daño a los demás. Y es cierto que, en la medida de lo posible, hay que evitar hacer daño. Eso, sin embargo, nos incluye a nosotros mismos. Si no expresamos el enfado y lo tratamos de contener, crecerá y nos envenenará. Cerrará nuestros corazones al otro, y no nos permitiremos verle tal y como es, sino como nuestro enfado opina que es. Así, es como crecer el rencor. Eso ya te hace daño a ti y a los demás.

En este momento, necesitamos aprender a ir más allá del enfado. Tampoco vamos a acabar con la violencia, pero necesitamos seguir integrándola cada vez más. Necesitamos conectar con las demás y no permitir que nuestras opiniones nos dividan. Respetarnos sin ver al otro como un enemigo. Cada paso que nuestra mente da hacia el antagonismo con otros nos acerca a hacernos daño, tanto como individuos como sociedad.

La represión del enfado

Imagínate que convives con alguien que no te aguanta. Te retira la palabra, no te mira y te evita. Si le hablas, te grita, o sale corriendo. Acaba encerrándote en tu habitación y por más que intentas salir, no te deja. Imagínate que te insulta y te pone cara de asco.

¿No estarías cada vez más enfadado? Pues eso es exactamente lo que pasa muchas veces con nuestras emociones. Que las tratamos así de mal. Aunque aquí me centre en el enfado, puede pasar con cualquier emoción.

¿Qué crees que harías en esa situación que he descrito? Yo lo tengo claro. Gritaría pidiendo ayuda, llamaría a quien fuese, y si no viniese nadie, intentaría tirar la puerta abajo. Si lo consigo, saldría hecho un basilisco. Si no, seguramente acabaría llorando en la cama con las manos lastimadas. Exactamente igual pasa con nuestras emociones.

Cuando lo pongo así, suenan reacciones comprensibles. Sin embargo, cuando encerramos así nuestras emociones, muchas veces esperamos que no reaccionen. Que se queden calladitas o que simplemente desaparezcan. O que el paso del tiempo simplemente lo arregle todo.

Pero eso nunca sucede. Esas emociones crecen en esa habitación, y cada vez hay que gastarse más dinero en cerraduras para mantenerlas dentro, o nuevas puertas si la echan abajo. Y encima siempre están ahí, siempre. No se van, porque no pueden, son parte de ti.

Todas nuestras emociones son partes naturales y en principio sanas de ti, por lo menos hasta que las maltratamos. No se van a ir hasta que abras las puertas y les dejes sentarse en el salón contigo y contarte que necesitan. No hasta que las trates de igual a igual, como harías con una persona.

Y no es solo hacerlo una vez, si no que tiene que ser una actitud constante. Esto es igual con los seres humanos. Si te encierro una semana, y luego te dejo salir, seguramente necesitarás algo para volver a confiar en mí. Como mínimo, necesitarás algo de tiempo para ver y tener certeza que no voy a encerrarte de nuevo en la habitación cuando las cosas se pongan difíciles o venga una visita importante. Esto es normal.

También es normal que para ti sea difícil dejar salir esa parte. Que tengas miedo, vergüenza o te duela. Todo eso es normal, y la idea no es pasar de encerrar emociones a dejarlas salir de cualquier manera. Algo en tu historia vital te enseño que esa era la mejor opción, aunque ya no sea así. Se puede negociar y tener en cuenta ambas partes. Así se arreglan las cosas, sentándose las dos partes. Eso sí, a una negociación no se va con la intención de dominar al otro.

Por ejemplo, no vale decir “te dejo salir, pero solo si no te ve mi pareja”. Será mejor que tenerlo siempre encerrado, pero sigue sin ser el final del camino. Tu enfado necesita un lugar en tu vida, con tu pareja y con quien sea. Obviamente tampoco es pasar al otro extremo, y expresar enfado con cualquiera en cualquier momento. Por ejemplo, tu jefe puede ser un capullo, pero a lo mejor quieres aguantar una semana más en el trabajo antes de irte.

Eso esta genial, pero no te pidas aguantar para siempre. Eso sería no hacer caso de tu enfado. En vez de eso, puedes darle espacio a tu enfado durante esa semana y atenderlo. Déjale sentarse en el salón contigo y hablad, como lo harías con un amigo. Déjale despotricar si lo necesita. Seguro que siente alivio. Y que bien sienta apoyarse a uno mismo.

¿Pero cómo se hace esto? Intenta dejar salir un poco más tu enfado.

Elige tu que situación de tu vida podrías intentar expresar un poco más de tu enfado. Cuando llegue ese momento, lo consigas o no, observa y estate atento a que pasa dentro de ti. ¿Te ha dado miedo sacarlo? ¿Quizás no te parecía algo aceptable? ¿No tenias derecho a enfadarte?

Ve probando. Lo importante es aprender a conocer primero esa parte que intenta encerrar tu enfado (o esa otra emoción que encierras) y ver como lo hace. Saca una hoja. Imagínate que le estas hablando a tu enfado, y escríbele como haces para no dejarlo salir.

Déjate imaginar que cosas le dirías o que cosas harías. Simplemente deja que salga lo que salga, con curiosidad. Ya llegarás a los porqués más adelante. Esta es una buena manera de aprender a conocerte. No lo hagas solo una vez, hazla varias. Intenta explorar con frescura que le pasa a esa parte de ti que no quiere dejar salir al enfado. A ver que encuentras.

Cuando vayas consiguiendo descubrir de que maneras lo encierras, Léetelo en voz alta y Permítete notar el impacto de tus palabras y tus acciones. Notarás como no te sientan bien. Puede que hagan daño, que te hagan sentir inseguro, invalidado o poco querible.

Eso es como se siente esa parte de ti. Esta conversación interna, entre la parte que encierra el enfado y la parte que esta enfadada, es lo que sucede en tu cabeza en nanosegundos cuando se dan esas situaciones que te enfadan. Va todo tan rápido que seguramente te sorprenda lo que descubras.

Esto puede ayudarte a ir trabajando esto por tu cuenta e ir aceptando y dando un lugar a tu enfado. Como siempre, te recomiendo que te apoyes también en un terapeuta y no lo hagas todo solo. Es un camino difícil, y tener alguien al lado que te entienda y te apoye no tie