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¿Qué te dice tu cuerpo?

¿Alguna vez has escuchado a tu cuerpo?

Nuestro cuerpo nos habla, ¿te habías dado cuenta? ¿Nunca te ha dolido la tripa de los nervios, la cabeza después de una jornada larga de trabajo, o la garganta cuando tienes ganas de llorar?

Nuestro cuerpo está conectado directamente con nuestras vivencias, con nuestras emociones. De hecho, una manera fácil de darnos cuenta de que estamos sintiendo algo es porque nuestro cuerpo nos lo dice.

Si tengo ganas de llorar o ya estoy llorando, es muy probable que esté triste. Si mi cuerpo se tensa y tengo ganas de darle un golpe a algo, romper o aplastar lo que tenga enfrente, posiblemente esté enfadada. Si empiezo a temblar mi cuerpo me está avisando de que seguramente hay algo que me ha asustado.

Si se me enciende la cara, tengo ganas de desaparecer, me siento muy pequeñita y lo que me pide el cuerpo es esconderme, diría que me estoy sintiendo avergonzada. O si se me hincha el pecho y tengo ganas de saltar o bailar apostaría a que algo me ha puesto contenta o me ha hecho sentir orgullosa.

Cada emoción se manifiesta de una manera en nuestro cuerpo, algo que nos avisa de que así es como nos estamos sintiendo, e incluso nos invita a tomar cartas en el asunto. Es decir, son sensaciones en el cuerpo que nos piden hacer algo: buscar consuelo, salir corriendo, defendernos con fuerza, buscar refugio, celebrar y compartir…

Es una actitud de nuestro cuerpo instintiva, nos ayuda a sobrevivir. Además, son perfectamente reconocibles cuando las vemos en otra persona. ¿No te ha pasado que has visto a alguien a quien quieres mucho cómo empieza a llorar, y lo primero que te nace es ir a darle un abrazo o acercarte un poquito más?

Los seres humanos entendemos las emociones de las otras personas de manera innata. Es el lenguaje más básico para nuestra vida en comunidad.

Aunque la falta de educación emocional está jugando una mala pasada a nuestra escucha corporal.

Como decía, en principio esto debería ser tan universal que a todo el mundo nos naciese escuchar a nuestro cuerpo, nuestras emociones, y seguramente gestionarlas mucho mejor de lo que realmente sabemos hacer, ¿qué es lo que está ocurriendo aquí?

Por desgracia, la educación emocional no ha sido una prioridad en nuestro sistema educativo y eso ha dejado mucha huella. Nos hemos tenido que gestionar como hemos podido, y eso a veces ha significado que algunas emociones han sido más despreciadas que otras.

Seguro que alguna vez has escuchado la expresión “emociones negativas”.

Está en todos lados, todo el mundo lo nombra. Y es normal, porque hay algunas emociones que son más desagradables que otras.

Pero en ningún caso son negativas. Todas las emociones nos dan información sobre el mundo, sobre el contexto y sobre mí misma que se merecen ser escuchadas y respondidas, ya que hay algo que nos están queriendo decir. Esta expresión, junto con las experiencias de la vida, han generado un desinterés o incluso cierto susto a sentir según qué emociones.

La familia aquí tiene mucho peso, por supuesto. Si no se enseñan las emociones en el cole, se enseñan en casa. Y si en casa tampoco han recibido la educación necesaria para aprender a escuchar a nuestro cuerpo, lo más probable y esperable es que tampoco sepan hacerlo de la manera más adaptativa posible. Claro. Normal.

Hay casas en las que no se llora. No se está triste. Solo se cuentan buenas noticias, o las broncas son protagonistas, pero llorar no está permitido. Un ejemplo aquí pueden ser estos papás y estas mamás que han escuchado que si dejan llorar a su bebé, se acaba callando.

En realidad lo que le pasa al bebé es que aprende que llorar no sirve para nada, que no se le va a hacer ningún caso. No deja de tener hambre, incomodidad física o dolor de tripita, pero si nadie le va a ayudar, ¿para qué va a gastar su energía?

Si a mí me hubieran dicho que dejando al bebé tranquilo va a dejar de llorar y no supiera lo que le está pasando en realidad, seguramente yo tampoco iría en su ayuda. Esta es una de las consecuencias de la no educación emocional.

Cuando este bebé se haga mayor y sienta en sus ojos ganas de llorar y una especie de encogimiento en su tripa… lo más probable es que se lo guarde y no pida ayuda. A lo mejor incluso aprende a no escucharse, y ni se da cuenta de que está triste. Es posible que lo que le pase entonces es que empiece a sentir presión en el pecho, o mareos, o picor en la piel…

Porque el cuerpo no se calla, aunque tú intentes ignorarlo.

No va a dejar de hablarte, y cada vez lo va a hacer más fuerte hasta que escuches. En ese momento seguramente sea muy desconcertante. ¿Por qué me cuesta tanto respirar? ¿Por qué tengo tantos problemas digestivos? ¿De dónde vienen estas migrañas?

En estos momentos ya no es tan fácil identificar qué le pasa a mi cuerpo. Las lágrimas las entendemos con facilidad, pero cuando paso de escuchar esto y el cuerpo me grita de otras maneras se ha transformado y cuesta mucho más entenderlo.

Te invito a que explores en tu interior, ¿qué emociones me resulta más fácil escuchar, expresar y manifestar? ¿Hay alguna emoción que en mi casa estuviera peor vista, o como no he visto nunca a mis padres expresarla no he aprendido a hacerlo yo?

¿Mi cuerpo me grita en algunas ocasiones? ¿Ha habido algo en mi vida que quizás me haya despertado una emoción a la que no le haya dado todo el espacio que necesitaba y merecía?

Sé que son preguntas difíciles de contestar sin un acompañamiento. Si le puedes dar espacio y finalmente encuentras las respuestas, ¡enhorabuena!

Estás dándole más espacio a escuchar a tu cuerpo sabio. Si ves que se te atasca este proceso y esta escucha… aquí estamos el equipo de Karuna Psicología para acompañarte en él, y sobre todo para darle el espacio que se merece a todas tus emociones, incluso a aquellas que a ti te da más vergüenza mostrar o que tienes más escondidas.